El hígado es uno de los órganos más importantes del cuerpo y cumple múltiples funciones vitales para la salud general. Su principal rol es desintoxicar el cuerpo, procesando y eliminando toxinas que provienen tanto de la dieta como del ambiente. Además, el hígado produce bilis, una sustancia esencial en la digestión de grasas. También actúa como un reservorio de nutrientes al almacenar glucosa, vitaminas y minerales, liberándolos cuando el cuerpo los necesita. El hígado es fundamental en la regulación de proteínas y hormonas, así como en la producción de colesterol, esencial para la formación de células y ciertas hormonas. Estas funciones hacen del hígado un órgano clave para mantener el equilibrio químico y energético del organismo.

Entre los síntomas comunes se encuentran la fatiga crónica, que puede deberse a la acumulación de toxinas que el hígado no puede procesar adecuadamente. La ictericia, una coloración amarillenta en la piel y ojos, es otro signo típico de daño hepático, generalmente asociado con una acumulación de bilirrubina. También pueden presentarse cambios en la digestión, como náuseas, dolor abdominal o pérdida de apetito. Otros síntomas incluyen la hinchazón en el abdomen y en las piernas, así como cambios en la coloración de la orina y las heces.

Una dieta alta en grasas saturadas, azúcares procesados y aditivos pone al hígado bajo presión constante al tener que metabolizar estos compuestos. El consumo excesivo de alcohol es uno de los factores de riesgo más conocidos, ya que el hígado es el principal órgano encargado de descomponer el alcohol y su abuso puede llevar a cirrosis y otros daños permanentes. Además, la exposición a toxinas ambientales, como contaminantes en el aire, pesticidas, y productos de limpieza y cuidado personal con químicos, sobrecarga al hígado y puede afectar su capacidad para filtrar adecuadamente las toxinas. El estrés crónico, que afecta la producción de hormonas y el sistema inmunológico, también puede contribuir indirectamente al deterioro de la salud hepática.